EL GIGANTE PELUCA




El Gigante Peluca

Adaptación de El Gigante Amapolas, de Juan Bautista Alberdi

Por Martín Seijo y Compañía de Funciones Patrióticas


PELUCA
FÁTIMA
LOUSTEAU
DEL CAÑO
PICHETTO
MANIFESTANTE
EL GIGANTE PELUCA (una proyección o un holograma)
PERROS (muñecos)

La Plaza de Mayo está próxima a convertirse en el campo de una batalla. Impactante, ocupando el centro de la fachada de la Casa Rosada, la imagen de un gigante blandiendo una motosierra que, cada tanto, se escucha rugir. Del otro lado, se ubican las fuerzas opositoras lideradas por Lousteau, Del Caño y Pichetto. A su lado, un Manifestante. Dentro de la Rosada, Peluca juega con sus perros mientras vigila la escena de la plaza escondido detrás de una cortina.

PELUCA (mientras espera que le atiendan al celular): ¡Qué largas eran las noches en esa Quinta! ¡Y qué frías desde que ajustamos el gasto! Por eso me vine para acá y ahora estoy rodeado por todos estos que no la ven y encima sin helicóptero. Endiablada profesión la del político, extraño ser panelista. Pasa uno los más bellos años de su vida, y la recompensa con que por fin de sus días le premia la Patria, es muchas veces, un suplicio... (Deja el celular.) ¡Si será el enemigo! Ayer ha corrido el rumor que los nuestros habían sido derrotados: ¡pero se miente tanto en los medios! (Llama nuevamente.) Es temprano todavía: se ve a la luz de la luna, son las cuatro recién. (Le atienden.) ¡Es toque de alarma! ¡Fiesta tenemos! Hoy se revuelve el catarro. ¿Dónde están mis ministros? ¿Qué pasó con el protoloco antipiquete? ¿Hola? ¡¿Hola?! (Deja el celular, vuelve a acariciar y a hablarle a sus perros.) Sin la menor duda, los nuestros han sido derrotados. ¡Ya se ve! Lo raro es que todavía estemos con las costillas sanas; somos cinco gatos… (se escucha gruñir a sus perros) perdón, perros, estamos maniatados, tenemos a la cabeza una peluca gigante. Con todo, yo todavía espero que hemos de vencer: ¡son tan locos nuestros enemigos! ¿Acaso necesitan que nadie los derrote? Ellos no más son los autores de sus disparadas. Ellos, con sus errores, me catapultaron hasta acá. Puede uno ser un gigante de nada, y con solo estarse quieto, vencerlos a cada instante.


Entra Fátima, despavorida, gritando.


FÁTIMA: ¡Peluquita! ¡Peluquita!


PELUCA: ¿Qué hay, mujer? ¿Qué haces por acá a estas horas?


FÁTIMA ¿No sabés lo que hay?


PELUCA: Pues no lo voy a saber, cuando yo soy el que lo ando diciendo a todo el mundo con este aparato. Llamé a Mauricio, de vacaciones. Donald, no me atiende. Jair, ni noticias. Elon me bloqueó, ¿entendés? ¡Me bloqueó la cuenta!


FÁTIMA: ¿Y Pato?


PELUCA: Al agua.


FÁTIMA: ¿Y Victoria?


PELUCA: Derrotada.


FÁTIMA: ¿Y tu hermana?


PELUCA: ¡Kariiinaaa!


FÁTIMA: ¿Y las fuerzas del cielo?


PELUCA: Nubladas.


FÁTIMA (sollozando): Peluquita, quedaste solo. Pensá en tus hijitos (por los perros)... en tu mujer...


Le agarra el bastón de mando.


PELUCA: ¿Qué es eso? ¿Estás loca?


FÁTIMA: No, Peluquita…


Forcejean.


PELUCA: Pero dejá y hablá.


FATIMA: Pelu, yo no quiero que mueras.


PELUCA: ¡Esta es buena! ¿Vos dudás de que esos sean mis deseos? ¿Quién te dijo que yo pienso morir?


FÁTIMA: Sí, tú vas a morir, si no dejas de ser presidente, ahora mismo.


PELUCA (se echa a reír): ¿Estás loca, mujer?


FÁTIMA: No, yo no quiero que mueras.


PELUCA: Yo tampoco quiero morir.


FÁTIMA: Morirás, porque la pelea va a ser horrorosa. Yo he visto el número de los enemigos. Son muchos más que el pasto de la plaza. Nos van a devorar; (sollozando) y vos vas a morir miserablemente, y yo de treinta años recién, bueno, cuarenta, cuarenta y pico, voy a quedar viuda... y tus hijitos, ¡pobrecillos!... van a quedar huérfanos. ¡Idolos de mi alma!


PELUCA: ¿Decís que viste el número de los enemigos?


FÁTIMA: Sí, con estos ojos.


PELUCA: ¿Dónde y cómo?


FÁTIMA: En la calle Corrientes, ayer a la tarde, antes de la función, los vi formados, soy capaz de decirte hasta quiénes los mandan.


PELUCA: Vamos a ver: decime quiénes son los jefes.


FÁTIMA: Son tres: el senador Lousteau y los diputados Del Caño y Pichetto.


PELUCA: ¡Cáspita!


FÁTIMA: Sí, demasiada (soplándole la caspa de uno de sus hombros.) ¿Todavía no usaste el shampoo que te compré?


PELUCA: ¿Esos son los jefes? ¿Estás cierta?


FÁTIMA: ¡Por esta cruz! ¡Y vieses qué terrible aspecto el del senador Lousteau! (hace la famosa seña de Guillermo Moreno a Lousteau) ¡Y la cara de Pichetto!


PELUCA: ¡Y dónde dejás al diputado Del Caño!


FÁTIMA: ¡Es verdad! ¡El diputado Del Caño! ¡Dios mío! ¡Ahora tiene un iphone!


PELUCA: ¿Y las divisiones?


FÁTIMA: Las divisiones, son tres; cada jefe manda una división.


PELUCA: Y el líder, ¿quién es?


FÁTIMA: No hay tal cosa.


PELUCA: Mujer... ¿Cómo puede ser eso?


FÁTIMA: No hay líder, porque ninguno quiere ser subalterno, y han convenido en que todos deben ser iguales.


PELUCA: Zurdos colectivistas, ¡qué asco me dan! ¿De modo que todo el ejército se compone de la división Lousteau, de la división Del Caño, y de la división Pichetto?


FÁTIMA: ¿Y te parece poco, Pelu?


PELUCA: ¿Y qué señales los distinguen?


FÁTIMA: Mirá, cuando veas una división con boinas blancas, esa es la división Lousteau; la división Del Caño, viene vestida toda de rojo trosko, y la división Pichetto, cambia de color según la ocasión.


PELUCA: ¿Y tienen morteros?


FÁTIMA: Tres, a falta de uno, todos con su respectivo loco.


PELUCA: ¿En qué división vienen las cacerolas?


FÁTIMA: En todas. Cada división trae su batería de cocina correspondiente.


PELUCA: ¿Qué bandera traen?


FÁTIMA: También traen tres.


PELUCA: Cada división una bandera, ¿no es esto?


FÁTIMA: Eso es: y traen tres escarapelas, y tres divisas, y tres causas se puede decir. De modo que en lugar de ser un solo ejército como somos nosotros, se puede decir que son tres ejércitos enteros y verdaderos, tan independientes unos de otros, que muchas veces se han dado hasta de balazos entre sí.


PELUCA: ¡Viva la libertad, carajo!


Suena la motosierra del Gigante Peluca. Lousteau se asusta y se esconde detrás de Pichetto. Luego, disimula su miedo.


FÁTIMA: ¡Ya están cerca! (Sollozando.) Traé ese bastón. (Se lo arrebata.) Yo no quiero que mueras; tirá todo al diablo y volvete al hotel a cuidar a tus hijos... (Se retira.)


PELUCA: ¡Mujer del diablo! ¡Devolveme el bastón!


FÁTIMA: No quiero.


PELUCA: ¡Mirá que el enemigo está encima y nos toma de sorpresa!


FÁTIMA: No quiero; yo no me he de quedar sin novio.


PELUCA: ¡Mujer descabellada! ¿Sabés lo que estás haciendo?


FÁTIMA: Sí, sé lo que hago.


PELUCA: Perdés al país llevándote ese bastón.


FÁTIMA: ¡Que se pierda! ¡Ni loca vuelvo con Norberto!


PELUCA: Los destinos de la Patria dependen de ese bastón.


FÁTIMA: No importa. (Sale.)


PELUCA: ¡Lucidos estamos ahora si digo que todas las mujeres son destornilladas! Por eso no pienso pedir nunca perdón por tener pene o ser blanco, rubio y de ojos azules.


Se escuchan detonaciones.


PELUCA (al celular): ¡Centinela! ¡Cabo de guardia! ¡Sargento! ¡A las armas! ¡Los de guardia! ¡A las armas! ¡Alarma! ¡Estoy sin mi bastón! (Pausa.) Tranquilo. Calma. Se dice que nuestros enemigos no tienen necesidad de que uno los derrote; ellos mismos se toman ese trabajo; y uno nada tiene que hacer para vencer, sino dejarse estar sin acción. El Gigante me guiará a la victoria. Imitaré sus fatigas; haré lo que él hace y saldré vencedor. Permaneceré inmóvil, y triunfaré sin duda por el generoso comedimiento de nuestros adversarios, que nunca dan que hacer a sus enemigos. (Observando la plaza. Los enemigos avanzan en el campo.) Ahí están. Me recomiendo de nuevo la inmovilidad más completa, como el Gigante, que asusta a todo el mundo por el hecho solo de no hacer nada; nuestra única arma es esa motosierra que ruge como un león. Si quiero ser vencedor no debo dar un sólo paso; los enemigos dicen que estamos muertos. ¡Pues bien! Estemos como cadáveres y nuestro aspecto los hará temblar: correrán como niños.


Avanzan los jefes opositores para hablar entre sí.


LOUSTEAU: Señores: el debate va a comenzar, y es necesario elegir un jefe para que lo presida.


DEL CAÑO: ¡Nada más natural!


LOUSTEAU: ¡Bien! ¡Vamos a elegir!


PICHETTO: A elegir.

 
Cada uno da un paso aparte, a un mismo tiempo. A público.


PICHETTO: La elección me la llevo yo, sin duda, como más antiguo, y más guerrero.


DEL CAÑO: ¿Quién puede ser electo sino yo, el más revolucionario?


LOUSTEAU: Ninguno de estos es capaz de mandar; si no me eligen a mí se pierde el país.


Se reúnen.


LOUSTEAU: Vaya pues, procedan ustedes a elegir. Empiece usted, diputado Del Caño.


DEL CAÑO: No, no, empiece usted que es senador.


LOUSTEAU: Vaya, que dé principio el mayor de nosotros, el diputado Pichetto.


PICHETTO Bien, yo daré principio. Nombro para jefe, durante la acción...


LOUSTEAU (interrumpiendo): Ya sabe usted, permita que lo interrumpa, ya sabe usted, Miguel Ángel, como hombre versero, versado, en el arte de la política, que el jefe debe tener un aspecto imponente, una estatura considerable, mucho pelo, enrulado, pero no peluca, un apellido afrancesado, y temible a la vez, con llegada a la farándula. En fin, ¿qué tengo que decir a usted?... siga, siga...


PICHETTO: Pues, señores, por mi parte, nombro jefe al diputado Del Caño, para que lleve adelante de una vez por todas la Revolución que tanto pregona.


LOUSTEAU (aparte, a público): Vamos, esto es animosidad. ¡El zurdo ese primero que a mí! Ya comprendo la pulla, pero yo me vengaré. Sí, sí, yo me vengaré. Veremos qué hacen sin mi apoyo.


DEL CAÑO: Y yo por la mía nombro a Pichetto.


LOUSTEAU (aparte): ¡Qué han de hacer los compadres, sino darse mutuamente la palma! (En alta voz.) Pues señores, yo por la mía no nombro a nadie... (en tono irritadísimo) no quiero batallas, ni victorias, ni nada, y me mando a mudar a mi casa con mi Carla. ¡Radicales! ¡Vueltas caras, paso redoblado, adelante sin cesar! (Empieza a irse.)


DEL CAÑO: Compañero Lousteau, ¿qué es lo que usted hace?


LOUSTEAU: Nada, no quiero nada. Me voy; no quiero intrigas ni parcialidades. (Se va.)


DEL CAÑO: ¿Qué remedio hay? Quiere decir que ahora quedamos los dos de jefe; porque usted me ha elegido a mí y yo a usted.


PICHETTO: Pero eso no puede ser: porque se cruzarán nuestras órdenes y nos serviremos de mutuo estorbo.


DEL CAÑO: ¿Qué hacemos entonces?


PICHETTO: Bien, hagamos esto: durará el debate un par de horas, ¿no es verdad?


DEL CAÑO: Así parece.


PICHETTO: ¡Bien! Mande usted en jefe la primera hora, y yo la segunda; entre los dos firmaremos el boletín de la victoria y partiremos los laureles como buenos hermanos.


DEL CAÑO: ¡Muy bien! ¡Me gusta!


PICHETTO: Diputado Del Caño: en uso de mis facultades de jefe de la oposición, le nombro a usted ayudante de órdenes, durante la hora de mi mando, y desde luego participe usted mis órdenes a la división Del Caño para que se coloque a vanguardia.


DEL CAÑO: ¿A retaguardia, dijo Vuestra Excelencia?


PICHETTO: No, a vanguardia.


DEL CAÑO: ¿Pero qué necesidad hay de que marchen una división tras otra? ¿Por qué no las dos de frente?


PICHETTO: Haga usted lo que mando o lo separo de la contienda.


DEL CAÑO: ¿A mí?


PICHETTO: A usted.


DEL CAÑO: ¡A mí! ¡A un jefe de división!


PICHETTO: ¡A usted, a usted, aunque sea jefe de una división!


DEL CAÑO (aparte): Sí, comprendo bien que sus intenciones son las de separarme, y bastante me lo prueba el hecho de mandar que mi división se coloque delante para que se la devore el cañón: ¡y de este modo yo venga a quedarme sin gente, sin papel en el mundo político! Pero se engaña, porque yo no estoy para ser el juguete de ningún intrigante, y soy muy capaz de mandarme mudar. (Con indignación repentina.) ¡Qué caramba! Venga lo que venga: no quiero batallas, ni glorias, ni nada. ¡Me voy!


Se retira.


PICHETTO (dirigiéndose a Manifestante): ¡Tanto mejor para nosotros! Felicitémonos de esta traición inaudita: nuestra y puramente nuestra será la gloria de vencer al canalla Gigante. La división Pichetto será la única que recoja los laureles del triunfo más espléndido que hayan visto los siglos. Vamos pues a pelear con doble audacia y doble gloria. Pero antes quiero proclamaros: "Compañeros: Desde lo alto de estos tejados, cincuenta días nos están contemplando; el último de ellos se ha helado de miedo al verles las caras: y el sol de mañana no saldrá por no morir de envidia al ver el brillo de nuestras armas. Los siglos pasarán unos tras otros, como hormigas, y los guerreros de la posteridad dirán: ¡Ah! ¡Quién hubiese pertenecido a la división Pichetto, en la jornada memorable contra el Gigante Peluca!". ¡Ea! Formarse en hileras de fondo, para que si el Gigante nos hace un corte con su motosierra, no caiga más cabeza que la del que va adelante.


Manifestante da un paso hacia atrás.


PICHETTO: ¿Qué es eso, qué desorden es ése?


MANIFESTANTE: Señor, es que nadie quiere que le corten la cabeza.


PICHETTO: Ya se ve que tienen razón; yo hallo razón a todo el que no quiere morir, y por eso soy enemigo de exponer a los manifestantes a riesgo de que los maten. Pero eso se remedia fácilmente. Que el manifestante que esté a la cabeza, tome un palo bien largo, y colocándose a una distancia conveniente, y tocando suavemente al Gigante con el extremo de ella, examine qué demostraciones hace de vida. A ver si de este modo podemos descubrir su plan de defensa. (Pichetto le acerca una caña a Manifestante.) Para esto yo me colocaré a retaguardia, bien lejos, como jefe que soy, y con mi anteojo de larga vista observaré los movimientos del enemigo.


Pichetto toma posición. Manifestante comienza el examen. Toca ligeramente al Gigante.



PICHETTO: ¿Qué tal? ¿Qué movimientos hace?


MANIFESTANTE: Ninguno, señor, inmóvil.


PICHETTO: ¡Malo, malísimo!


MANIFESTANTE: ¿Cómo, malo? ¡Excelente! Eso prueba que está dormido y que debemos atacar.


PICHETTO: Todo lo contrario. Eso prueba que debemos huir. ¡No es nada el síntoma! ¿Con que inmóvil, eh?


MANIFESTANTE: Como un cadáver.


PICHETTO (dándose un golpe en la cabeza): ¡Estrella fatal! ¡Estamos perdidos! A ver, hombre de Dios, a ver, tóquele usted un poco más recio.


MANIFESTANTE (obedece): Como un tronco... Yo sería capaz de apostar a que este Gigante que tanto miedo nos mete es un fantasma o un espejismo.


PICHETTO: División Pichetto, vueltas caras, y en retirada precipitada, ¡marchen! (Retíranse con precipitación a cierta distancia.) Manifestante, yo debo ser leal a tu noble coraje, yo debo hablarte con la verdad: la situación es grave, y yo no puedo decidirme a ejecutar una operación decisiva, sin oír antes el voto de las bancadas, en una comisión.


MANIFESTANTE: Sí, sí, que se forme una comisión.


PICHETTO: ¡Que se forme! ¿Pero con qué jefes le formaremos? ¡Aquí no hay más jefe que yo...! ¡A no ser que yo solo me declare en sesión!


MANIFESTANTE: ¡Y por qué no! Forme Vuestra Excelencia una comisión de Vuestra Excelencia misma y decida a mayoría de votos.


PICHETTO: No habrá otro remedio. Pues, señores, está formada la comisión y puede empezar la discusión. (Queda pensativo, y después de un rato, dice:) Pero estoy tan acostumbrado a discutir con mis compañeros Lousteau y Del Caño, que yo por mí solo no puedo discurrir nada. No se me ocurre una sola idea y no sé qué consejo darme a mí mismo. Pero se me viene al pensamiento un medio de salir del aprieto. Voy a figurarme que están aquí mis compañeros Lousteau y Del Caño. Que el uno está parado ahí, el otro allá y yo aquí. Voy a representar a cada uno de ellos en la comisión: a hablar por cada uno de ellos como si estuviesen presentes; y así podremos tener opiniones diferentes y luminosas, porque seremos tres vocales en vez de uno. 
 

MANIFESTANTE: Perfecto. Usted estuvo con todos y a todos puede representar.


PICHETTO: Principiaré a hablar por mí. Señores: soy de opinión que debemos retroceder precipitadamente por la razón de que el enemigo no hace nada y nos espera inmóvil: razón clara y palpable por sí misma, que no necesita dilucidarse, porque, señores, la cosa es bien terminante: ¿qué quiere decir esta inmovilidad del enemigo? Quiere decir que está fuerte como un diablo y que nosotros estamos perdidos. ¡Y yo pregunto ahora si el que está perdido tiene otra cosa que hacer, que tomar las de Villa Diego, antes que lo amarren y lo cuelguen! Tal es mi opinión, señores. Puede, ahora, emitir la suya el senador Lousteau, que sigue a mi derecha. Paso a hablar por Martín. (Toma su lugar y habla así:) "Señores: ilustrando este punto, de una importancia decisiva para la vida de la Patria, diré que cuando el señor Pichetto, dice que debemos retroceder precipitadamente, es porque él debe haber pensado bien lo que dice -cada uno sabe bien dónde le aprieta el zapato-; el maestro sabe lo que hace, y donde hable el sabio, calle el borrico, y en resumidas cuentas, cada uno es dueño de hacer de su capa un sayo. A Pichetto se le ha dado la jefatura y es suya: dejemos que haga lo que quiera: dejémonos de discusiones anárquicas y hagamos lo que él manda; esta es la opinión acertada: porque, al fin, el jefe es jefe. Tal es mi parecer. Puede ahora dar el suyo el diputado Del Caño, que sigue a mi derecha". Hablemos ahora por Nicolás. (Toma el lugar y el tono y gestos de éste.) "Señores: no callaré mi opinión en una cuestión en que se trata de la vida del país. Creo que las opiniones de los que me han precedido en la palabra, son mortales a la causa de la Revolución: yo creo, pues, que lejos de retroceder con celeridad, debemos atropellar como el relámpago, por la sencilla razón de que el enemigo nos espera sin acción ni movimiento, en lo cual se descubre su debilidad”. (Ahora en su nombre y por sí, desde su lugar.) Señor Del Caño, ¿quiere usted que le diga la razón por qué usted se produce así? ¿Lo sabe usted? Usted habla así porque nos ha visto opinar de un modo diferente a Lousteau y a mí, y usted no nos quiere ni a uno ni a otro. Por lo demás, usted es un miedoso como uno de tantos, y la vez pasada fue el primero a mandarse mudar, dejando colgados a sus compañeros de lucha. (Por Del Caño.) “Se equivoca usted”. (Por él.) No me equivoco yo. Es usted quien se engaña en creer que nos hemos de hacer matar, como locos, por salvar a gentes que sabe Dios si lo sabrán agradecer. (Por Del Caño.) “Ese es un terror estúpido”. (Por él.) Estúpido es el muy canalla de Del Caño. (Por Del Caño.) “Canalla es el muy cobarde de Pichetto”. (Por él.) ¡Vaya usted a un cuerno! (Por Del Caño.) “¡Vaya usted a dos!” (Por él, alzando el tono.) ¡Vaya usted a tres! (Por Del Caño.) “¡Vaya usted a cuatro!” (Por él.) ¡Vaya usted a cien! (Mudando de tono.) Y, sobre todo, ¿a qué cansarme en dar gritos? La votación está ganada, somos dos contra uno, y debemos tocar retirada. ¿No es así, senador? (Por éste.) “Sí, señor”. (Por él.) Pues señores: está concluido el cónclave. (Al Manifestante.) Compañero: la bicameral ha pronunciado su fallo: ella es respetable y sabia, y soy de opinión que le sigamos sin examen, y con la prontitud que demanda el caso. Su opinión es que debemos retirarnos. Así pues: ¡Contramarcha a la derecha, paso redoblado, marchen!


Se repliegan.


PELUCA: ¡Viva la liberad, carajo!


Entra Fátima emocionada, con el bastón presidencial.


FÁTIMA: ¡Peluquita de mi alma! ¡Toma, toma tu bastón; tenés razón de ser el presi!


PELUCA: ¡Vení acá, pichoncita; dame un abrazo!


FÁTIMA: Sí, lucero mío.


PELUCA: Bueno, basta por ahora.


FÁTIMA: Pero, ¿cómo se ha conseguido un triunfo tan completo?


PELUCA: ¡Hola! ¿Con que crees en el triunfo, por lo visto? ¡Okey!


FÁTIMA: Cómo no lo voy a creer, cuando los acabo de ver que corren tragándose los aires, como si se los quisieran devorar.


PELUCA: Todo eso se debe a nuestro valor.


FÁTIMA: Todo, ¿eh?


PELUCA: Todo.


FÁTIMA: ¿Y tú también peleaste mucho?


PELUCA: ¡Bah! ¿Y qué menos?


FÁTIMA: ¿Y los demás?


PELUCA: Como unos leones.


FÁTIMA: ¿Y el Gigante Peluca?


PELUCA: Más que todos. ¿Quién sino él es el que lo ha hecho todo? ¡Oh! ¡El Gigante con su motosierra!


FÁTIMA: ¿Y por qué no hay muertos en el campo?


PELUCA: Porque el mismo miedo los ha hecho revivir y salir disparando.


FÁTIMA: Decís bien. Esos serían los que iban corriendo por detrás, con las cabezas debajo del brazo, ¿no? La ciudad está loca de alegría con la noticia del triunfo del Gigante Peluca. ¿Te parece poco, Peluquita, lo que lleva hecho el Gigante hasta aquí? ¡Derrotar a todos los partidos, él solo! ¡Pelear y salir siempre vencedor! ¡Tener miles de enemigos y triunfar de todos! ¡Dar veinte batallas, tan reñidas como la de hoy, y salir victorioso en todas ellas! Todo esto, ¿qué quiere decir, Pelu? Quiere decir que el Gigante Peluca es un prodigio de talento y valor; y que donde quiera que aparecen sus enemigos, los destroza y disipa a fuerza de habilidad y coraje, como ha sucedido esta vez; ¿no es así? ¿No quiere decir esto?


PELUCA: Digo. Las cosas están a la vista, no son materia de cuestión.


FÁTIMA: El Gigante Peluca es un semi-Dios. El Gigante Peluca es el genio de la política y de la economía. El Gigante Peluca es un experto en crecimiento con o sin dinero. Es el valor, el atrevimiento mismo. Hay ucraniano que daría sus ojos por conocer al Gigante Peluca, tanto es el respeto y la admiración que le tienen. Ya se ve: los extranjeros como hombres ilustrados e imparciales, son los mejores apreciadores de la capacidad de nuestros grandes hombres. Por eso hay más de uno que se reputaría dichoso si poseyese un botón de la casaca del Gigante Peluca, y los ingleses darían la Irlanda del Norte a trueque de que el Gigante perteneciera al Parlamento de Inglaterra. ¿No ves, no ves el gentío que cubre estas cercanías? Todo el mundo acude a tomar una idea del campo donde ha sido la batalla y a conocer la figura del Gigante Peluca.


PELUCA: Y vos debés saber que esta jornada fue la menos célebre. Por fin, esta vez los enemigos tuvieron el coraje de cruzar sus armas con las nuestras: esta vez se puede decir que hemos peleado. ¿Pero, en las otras batallas? En las otras batallas los vencimos estando nosotros aquí, y ellos a cinco leguas de distancia: los hemos derrotado sin verlos a la cara siquiera.


FÁTIMA: ¿Cómo?


PELUCA: Lo que oís: sin verlos a la cara y sin vernos ellos a nosotros; a distancia de seis leguas unos de otros. ¡Hemos peleado por dos días, los hemos puesto al fin en la más vergonzosa fuga!


FÁTIMA: ¡Qué prodigio, gran Dios! ¡Cómo te quiero, Pelu! Ahora sería capaz de dar mi vida por vos.


Disparos. Alarma.


PELUCA: Rajá, Fátima.


FÁTIMA: ¿Para qué, Pelu, por qué?


PELUCA: ¡Rajá, te digo!


FÁTIMA: ¿Qué hay, por Dios, qué hay?


PELUCA: El enemigo se ha rehecho y está sobre nosotros. ¡Huí con mis hijos!


FÁTIMA: ¿Pero, no me decías ahora mismo que el enemigo había sido acuchillado y deshecho para siempre?


PELUCA: Sí, pero también los gatos tienen siete vidas, si no es más que eso; y los enemigos son peores que los gatos sarnosos Se les derrota, se les acuchilla, y siempre están vivos. Vienen, se les asusta, corren; vuelven a venir y vuelven a correr: así va la batalla cultural, y así ha de ir siempre. Ni ellos son capaces de concluirnos, ni nosotros a ellos... hasta que... pero, quién diablos sabe...


FÁTIMA: Pero no hay riesgo de que mueras esta vez, ni nunca.


PELUCA: Por descontado, pero ¡huí!


FÁTIMA: ¿Y para qué me echás, si no hay riesgo?


PELUCA: Bien, entonces, quedate.


FÁTIMA: ¿Las mujeres pueden concurrir a las batallas?


PELUCA: ¿A estas batallas, a las batallas del Gigante? Sí; pueden asistir, no digo las mujeres, los niños también y los enfermos, los cojos y mancos. Para lo que se hace en ellas. Todo el trabajo consiste en estar quietos. Aquí todo lo hace el enemigo. Mira, ahora le ves venir en triunfo; pero dentro de un rato, lo verás en retirada. Él mismo se proclama vencedor y derrotado.


El enemigo avanza.


FÁTIMA: ¡Ahí están; ahí están! Ahora sí que dan pavor. (Llorosa y asustada.) Huyamos, Peluquita: te engañás, vas a morir; ¿qué haremos los dos solos? ¿Qué podemos hacer? (Le toma del brazo.) ¡Vení acá, huyamos; vení conmigo a Mardel!


PELUCA: ¡No, no, cobarde! Entre los dos vamos a dar la batalla y la vamos a ganar.


FÁTIMA: ¡Estás loco!


PELUCA: No, quedate. Vamos a enfrentarlos. El Gigante es nuestro escudo. Yo soy la retaguardia; vos sos la carne de cañón. Yo me quedó acá y te dirijo. Vos ponete a dar vueltas y revueltas en derredor del Gigante, para hacer creer al enemigo que nuestro ejército va desfilando, hombre por hombre.


FÁTIMA: O mujer por mujer.


PELUCA: Sí, sí. Podemos aprovechar tus dotes para la imitación y a cada vuelta que hacés, cambiás de personaje, así les hacemos creer que contamos con el apoyo de los principales líderes mundiales


FÁTIMA: No son mi fuerte, me salen mal.


PELUCA: Bueno, entonces, de grandes personalidades de Argentina. Y también a Madonna.


FÁTIMA: Eso sí, manos a la obra.


El enemigo avanza. Los tres jefes opositores se reúnen aparte y echan un vistazo al campo adversario. Se acerca Manifestante.



MANIFESTANTE: ¡Los hemos sorprendido completamente! El Gigante está solo. Yo soy de sobra para concluir con el enemigo. Destruído el Gigante Peluca, no hay más enemigo.


LOUSTEAU: Calle el mentecato, que no sabe lo que dice. Usted habla así porque no ve nada: a la simple vista ¿qué puede ver?


MANIFESTANTE: ¡Señor, estamos a un paso! No hay más que una mujer, que da vueltas al derredor del Gigante. Ahora es Moria Casán, ahora Susana Giménez, la Chiqui Legrand, también hace de Cristina, y así. Tiene talento para el engaño.


LOUSTEAU: ¿Querrá usted ver mejor que nosotros que tenemos anteojos?


MANIFESTANTE: Bien, senador, será lo que usted dice: pero yo veo lo que digo.


LOUSTEAU: ¡No ve usted eso!


MANIFESTANTE: Lo veo.


LOUSTEAU: No ve nada, el insolente; y si no calla la boca y deja de propagar especies alarmantes, le voy a... (Amaga pegarle.)


DEL CAÑO: ¿Qué ve usted, senador?


LOUSTEAU (mirando por el binocular): Yo veo sesenta piezas de artillería, a la derecha.


DEL CAÑO: ¿Qué calibres?


LOUSTEAU: Veinte de a ocho, y cuarenta de a treinta y seis. ¿Y usted qué ve?


DEL CAÑO: Yo veo treinta escuadrones de caballería. Y usted Pichetto, ¿qué distingue?


PICHETTO: Yo distingo como ocho mil gendarmes situados hacia la izquierda del campo enemigo.


LOUSTEAU: Y ese bombo que suena, ¿a qué fuerza pertenece?


PICHETTO: A una fuerte guerrilla libertaria, que está desfilando hace dos horas por delante del Gigante.


LOUSTEAU: Malo, es el 56% que lo vino a defender. Ya veo que el Gigante es un coloso en fuerzas y que es un disparate aventurar un encuentro con medios tan desiguales.


DEL CAÑO: Yo creo lo mismo. Yo creo que vamos a ser despedazados al primer encuentro.


PICHETTO: Para pelear así vale más no pelear. ¿Qué necesidad hay de aventurar la suerte de la empresa que se ha confiado a nuestra prudencia? ¿Hay que diferir el combate para mejor oportunidad? ¿Quién nos corre? ¿Quién nos obliga a pelear? ¿No tenemos franca la retirada, gracias a Dios, y somos muy dueños de retirarnos cuantas veces nos dé la gana?


LOUSTEAU: Ya se ve que sí.


PICHETTO: ¡Pues entonces! Ganemos tiempo. Votemos todo a favor, decreto y ley, y le damos gobernabilidad. Ellos solitos la van a dilapidar.


DEL CAÑO: Entonces, lo que debemos hacer, es ponernos en retirada por las veredas, de a uno o de a dos, nunca de a tres, pero ha de ser rápido, sobre la marcha, antes que el enemigo destaque fuerzas que nos corten la vuelta, y tengamos que perecer en un combate obligatorio.


PICHETTO: ¡A ello!


LOUSTEAU: ¡A ello! ¡División!


PICHETTO: ¡División!


DEL CAÑO: ¡División!


LOS TRES: ¡Contramarcha a la derecha!


MANIFESTANTE: No hay contramarcha a ninguna parte. Nosotros, el Pueblo, queremos batirnos y no contramarchar. Para pelear, les reconocemos por jefes; para huir, no: no queremos obedecer a ningún mandato medroso. Bastantes veces hemos huido inútilmente. Por nuestras huidas locas y cobardes, se han arruinado fortunas cuantiosas, se han perdido años preciosos, oportunidades que tal vez no vuelvan, vidas que tenían porvenir, poblaciones enteras de hombres y mujeres. Estamos espantándonos de fantasmas: no hay tales sesenta piezas, ni ocho mil gendarmes, ni treinta escuadrones. Esas fuerzas sólo existen en la imaginación miedosa de ustedes: lo que hay al frente es un gigante que no existe, una mujer haciendo mil personajes, gatitos mimosos en vez de leones, y un hombre atado de pies y manos, escondido detrás de una cortina. No somos vencedores, porque no queremos serlo. Ataquemos con coraje el campo enemigo, y será nuestro en menos tiempo que lo que tarda en bajar el rayo. Así, señores jefes: si ustedes quieren guiarnos al combate, estamos prontos; si quieren retirada, ustedes han caducado, ya no son nuestros jefes; pueden irse solos. Aquí no hay más jefe que yo, simple manifestante, hecho líder por la voluntad del Pueblo, que me ha honrado con la comisión de intimar a ustedes la decisión que acaban de oír de mi boca. Pueden ustedes decir lo que determinan. Todavía tienen el tiempo de un minuto para volver por su reputación.


LOUSTEAU: En presencia de un motín, nada tenemos que hacer nosotros, jefes. Hemos cumplido nuestra misión y nos retiramos.


Se retiran cabizbajos.


MANIFESTANTE: Muy en hora buena. Pásenlo ustedes lo mejor que puedan, entre los patriotas a quienes han sacrificado, o entre los extranjeros a quienes han dado que reír y comer. ¡Compañeros! Nuestro camino es sencillo y corto: a seis pasos de nosotros está la tumba honrosa del valiente o la vida sin igual del vencedor. Levanten sus palos y abran bien los ojos. En pocos segundos habrá desaparecido del suelo de la Patria ese miserable fantasmón que ha triunfado hasta aquí por la incapacidad de nuestros jefes. ¡Compañeros, paso de vencedores!


Manifestante toca con su palo la imagen del Gigante Peluca, la cual se desvanece al primer contacto. Peluca se pone de rodillas pidiendo clemencia; Fátima llora a gritos. Lousteau, Del Caño y Pichetto se acercan lentamente al Manifestante.



MANIFESTANTE: Aquí tienen ustedes lo que era el Gigante, ese coloso que nos tuvo en idas y vueltas.


PICHETTO: ¡Viva el Libertador de la República!


LOUSTEAU y DEL CAÑO: ¡Viva!


MANIFESTANTE: No, señores, yo no soy grande ni glorioso, porque ninguna gloria hay en ser vencedor de pelucas gigantes. Yo he tenido el buen sentido del Pueblo, y el valor insignificante de ejecutar una operación que se dejaba comprender por todo el mundo. Si ustedes, hombres de Estado que nos han dirigido hasta aquí, hubiesen comprendido lo que comprendía la generalidad más común, hace mucho tiempo que habríamos llegado al término de nuestras fatigas. ¡Compañeros! La Patria ha sido liberada, sin que hayan intervenido libertadores. Saludemos las revoluciones anónimas: ¡ellas son los verdaderos triunfos de la libertad!


PELUCA (refunfuñando): Carajo...


FÁTIMA: ¡Que chasco! Ma’ sí, yo me vuelvo con Norberto.



FIN